La ciudad de Filipos
fue el primer lugar de Europa donde se predicó el Mensaje cristiano (Hch
16,6-40). Siendo antes un pueblo sin importancia, recibió su nombre y su rango
de Filipo, padre de Alejandro Magno. Augusto la hizo el año 31 a.C. colonia
romana (Hch 16,12), instaló veteranos de su ejército y le concedió los
privilegios de ciudad romana sujeta sólo al gobierno imperial.
Pablo llegó a Filipos
en la segunda fase de la misión, en el año 49 o 50; fue allí donde por primera
vez lo denunciaron a una autoridad romana, acusándole a él y a sus compañeros
de ser agitadores judíos y de introducir costumbres no romanas (Hch 16,20-21);
allí invocó Pablo por primera vez sus derechos de ciudadano romano (ibid.,37.
Él mismo tenía la impresión de que, a partir de Filipos, empezaba una nueva
etapa de su actividad (Flp 4,15).
La carta, cuya
autenticidad no ofrece duda, se escribe desde la cárcel, probablemente en Roma,
después del año 61. La ocasión inmediata fue la vuelta a Filipos de Epafrodito,
probable portador de la carta, recién salido de una enfermedad muy grave
(2,27). Había sido enviado por la comunidad de Filipos para atender a Pablo en la cárcel (2,30),
llevándole al mismo tiempo algún dinero para su mantenimiento (4,10.14.18). No
era la primera vez que los filipenses ayudaban a Pablo económicamente (4,15-16)
y, contra su costumbre, Pablo aceptaba esta señal de interés (1 Tes 2,9; 1 Cor
9,12.15; 2 Cor 11,7-11; Hch 20,34-35).
Cuando escribe la
carta ya ha comparecido Pablo ante el tribunal por lo menos una vez y ha
aprovechado su defensa para consolidar el evangelio (1,7). La sentencia está
pendiente todavía y no es seguro si lo pondrán en libertad o lo condenarán a
muerte (1,20). Su actividad durante el encarcelamiento ha convencido a todos de
que no es un delincuente común, sino que está acusado por ser cristiano (1,13),
es decir, por motivos político-religiosos (cf. Hch 16,21; 17,7; 19,26-27).
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